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El dopaje genético, el reto del deporte del siglo XXI


SU DETECCIÓN ES PRÁCTICAMENTE IMPOSIBLE

La lucha contra el dopaje tiene, a partir de ahora, un nuevo enemigo: el dopaje genético. Esta práctica, además de ser la más peligrosa y nociva para el deportista, es la más difícil de detectar en los controles, por lo que su eliminación es el nuevo reto del deporte del siglo XXI. La modificación genética de determinadas células humanas es la última 'trampa' de aquellos que buscan atentar contra las normas básicas del deporte.

Esta práctica siempre ha ido un paso por delante del propio deporte y, por tanto, de la capacidad de detección de estos elementos. En la actualidad, la hormona de crecimiento y la EPO son las dos sustancias dopantes más comunes, a las que se debe añadir una práctica bastante habitual, como es la transfusión sanguínea. Sin embargo, el 'último grito' en este mundo tiene nombre y apellido: el dopaje genético.

Éste consiste en la introducción de genes artificiales en el cuerpo humano para mejorar el rendimiento del deportista. Estos genes son manipulados previamente en el laboratorio para producir un crecimiento exponencial de las capacidades del deportista. Este tipo de dopaje permite desde la potenciación muscular al aumento de la resistencia física, pasando por el crecimiento de la fabricación natural de EPO.

El dopaje genético nace como extensión del propio tratamiento genético, ideado para tratar de paliar enfermedades programadas en el ADN. Sin embargo, este tipo de técnicas conllevan un riesgo enorme, ya que sus consecuencias son, en muchos casos, desconocidas, por lo que esta clase de dopaje es, si cabe, aún más peligroso que cualquier otra técnica conocida hasta el momento.

En la actualidad, el dopaje genético es más una posibilidad futura que una realidad, aunque desde algunos ámbitos se ha querido señalar que este tipo de engaño podría estar llevándose a cabo en la actualidad.

IGF-1, Repoxigen y Miosina IIb, los más comunes


Una de las moléculas con las que se ha empezado a estudiar en este ámbito es con el factor de crecimiento IGF-1, con el que el equipo del doctor Lee Sweeny ha estado experimentando con ratones para el tratamiento de la distrofia muscular. Tras sus primeras investigaciones, estos estudios detectaron que, tras la inyección de esta molécula, se producía un incremento muscular exponencial, que rondaba el 30 por ciento del tamaño original del músculo.

Incluso quedaba probado que el desgaste muscular de este animal a lo largo de los años era mínimo, así como el tiempo de recuperación de sus problemas físicos -provocados para analizar tal aspecto-, reducido en gran medida. Sin embargo, este tipo de dopaje resulta muy peligroso para el cuerpo humano, ya que ha quedado demostrado que la aparición de tumores se encuentra íntimamente relacionado con una producción excesiva de IGF-1.

Otra de las sustancias con las que se ha experimentado en este aspecto es el Repoxigen, que consiste en un vector viral que multiplica la fabricación de EPO. Esta sustancia provoca la activación de la síntesis de EPO cuando el músculo deja de recibir el oxígeno que necesita. Este principio permite la creación de EPO de manera endógena, lo que hace prácticamente imposible la detección de este proceso dopante.

La tercera sustancia involucrada en el dopaje genético es la relacionada con la Miosina IIb. La miosina es una proteína muscular que actúa en la contracción muscular. El aumento de esta sustancia permite una importante potenciación muscular, lo que facilita la mejora de ciertas fibras. Por su naturaleza, este tipo de dopaje estaría claramente relacionado los deportistas que necesitan de la explosividad muscular, como pudiera ser el caso de los velocistas.